sábado, 11 de diciembre de 2010

Me vas a matar.


Oh... dulce delirio de sus labios, dulces palabras las que acarician los miserables pensamientos. Dulce tormento... dulce aquel que te arropa, que te acompaña, que te protege y te sufre, que te llora y te rie, que te excita, que te quiere. Dulces sus sentimientos, dulces sus palabras, dulce su promesa, dulce su mirada, dulce su calor...

Bendita la dulzura del pacto de su alma, que aún es pura y grandiosa en delicias, llena de vida y luz. Bien aventurados sean sus latidos... que jamás serán pecaminosos.


Como cada mañana Nueva York anochece, impasible y demoledora al paso del tiempo, con cada uno de sus habitantes cuales hormigas obreras luchando impasibles ante la liberación de sus obligaciones a contra-reloj. Ancianos, ejecutivos, secretarias, enfermeros, bomberos y actrices se concentran en una poderosa centralización alrededor de interminables gigantes de hierro que se revelan a la ley de la gravedad. Desde West 34th Street hasta Columbus Ave su tierra arde al paso decidido de los neoyorkinos se puede respirar el sueño que todos han construido con el paso de los años, aún en pleno movimiento, cambio.

-Lástima que no esté hecho para mí... -refunfuñé en mi fuero interno, inmersa como de costumbre en mis pensamientos, apoyada en la barra y con la mirada perdida.

-La próxima vez que te pille analizando el color de los azulejos descontaré 5 dólares de tu paga, y así una y otra y otra vez. -Dijo con sorna el capullo prehistórico, conocido vulgarmente como mi jefe.

-¿Qué quieres que haga? ¿Que vuelva a fregar los suelos para que puedas disfrutar de las vistas mientras lo hago? No me cabrees y, ten en cuenta que la mujer hoy día tiene una sutil dictadura en la justicia. Próxima vez que me insistas, denuncio. -Dije con una petulante sonrisa en los labios, ante lo que esto, completamente desganado y falto de energías, sólo supo bufar y negar con la cabeza, exasperado por mi carácter.

-Ya me lo suponía... y van a ser las ocho, me voy ya. -Carraspeé y me di la vuelta para quedar de cara a la cocina y quitarme la bata hasta que, al notar un leve cosquilleo en la nuca giré sobre mi misma, algo sobresaltada.

-Serás cabronazo, ¡HE DICHO QUE ACABÓ MI TURNO PEDAZO DE MA... -Y ahí, justamente, quise que la tierra, los astros, o la mafia rusa me metiesen bajo tierra.

Sentado en la barra, justo frente a mí se encontraba un hombre bastante formal, probablemente de unos treinta y pocos. Se presentaba vestido de tal forma que daba la sensación de que hubiera salido del mismísimo centro de Manhattan cual pez gordo con su imponente maletín, corbata y zapatos que no denotaban un aparente sueldo medio.

-Mi turno ha acabado y dudo que el gordo sea capaz de atenderte sin antes asfixiarse de cansancio, te aconsejo que te vayas ya.

-Disculpe mis malos modales pero... aún no me apetece irme.

-¿Me ves cara de que me importe lo que te apetezca o no? Salpica tu culo de ricachón lejos de aquí, estoy cansada y no me apetece cabrearme.

-Se te ve inteligente... curioso que no demuestres prudencia alguna.

-Se te ve gilipollas... curioso que lo seas aún más de lo que aparentas. -Musité, sonriendo con sorna, ante lo que este sólo supo dejar escapar una débil risita, levantarse y hacer el amago de desaparecer. Fue entonces cuando algo no me terminaba de encajar.

Su silueta cada vez se veía menos definida, tal y como si llevase encima una docena de mojitos. Sus pupilas de un momento a otro abarcaron toda la extensión de sus ojos, cara y cuerpo hasta cubrirle de una negra, aparentemente líquida pero no muy densa, muy parecida a la del petróleo. Acto seguido la forma que componía su ser se dilató considerablemente, creando multitud de líneas sinuosas y serpenteantes que, al cabo de unos segundos tan largos como años dieron resultado a lo que, poco a poco , parecía ser una persona mucho más menuda y pequeña, delicada, de avanzada edad y, indudablemente, de la que era mi... difunta abuela.

Recuerdo que centenares de recuerdos se acumularon en mi mente.
Millares de sentimientos reprimidos erizaron mi piel.
E infinidad de deseos quebrados... me pedían con ansia gritar palabras incomprensibles.

Pero ante todos estos impulsos lo único que pude hacer fue entreabrir la boca ligeramente y guardar silencio, esperando algo que aún no tenía muy claro lo que era.

-Pequeña... -Dijo con ternura, acercándose hasta la barra y pidiéndome que me acercase con los dedos índice y anular, a lo que yo únicamente pude asentir con cierta euforia.

-Yo... yo... -No pude articular algo con sentido ya que, ver cómo se le entornaban los ojos en blanco y cómo se le desencajaba la mandíbula me paralizo por completo. Fue entonces cuando en un rápido y ágil movimiento agarró mi cabeza y la golpeó cual indígena queriendo abrir un coco una, y otra, y otra vez contra el bordillo de la barra mientras una petrificante risa chocaba con un eco demoledor en todo el bar.

Mientras lo único que podía hacer era retorcerme y chillar de dolor. Intenté separarme en numerosas ocasiones de ella pero su fuerza era tal que si quiera podía mover la cabeza de un lado a otro. Poco después y ya considerablemente desangrada, en un arrollador impulso hundió lo que parecían unas uñas de porcelana en mi piel hasta tal punto que consiguió penetrar en ella considerablemente, hasta tal punto que me ardía todo el rostro.

Ya no sabía distinguir un dolor de otro; el pánico, la desesperación y el sufrimiento se habían convertido en una única masa dentro de mi fuero interno, que siendo imposible de explicar, fracturaba cada uno de mis tendones, músculos y huesos a conciencia. Hasta el fuego habría sido un cálido y protector abrazo en un momento como ese.

-¡Dios mío llévame contigo! ¡Por fav...! Pero qué te he hecho señor... -Grité como pude, aún resistiéndome.

-¿Qué le has hecho? ¡¿Qué le has hecho?! NACER PEDAZO PUTA DE MIERDA. TODO FUE POR TU CULPA, TODO... ¡FUE POR TU CULPA! -Chilló entre carcajadas cargadas de sorna y desprecio para, posteriormente y sin reparo alguno, escupirme sobre uno de los ojos, lo cual reaccionó en este como si se lo estuviese consumiendo algún tipo de ácido.

-Déjamemorirdéjamemorirdéjamemorir...

-Aún no irás al infierno pequeña... -Susurró mientras, seguidamente, empezó a presionar de modo decidido sus pulgares sobre mis parpados y, poco a poco, sobre los ojos, abarcando casi toda la extensión de la concavidad en la que se encontraba para, finalmente, hundirme en un foso de oscuridad y ponzoñoso sufrimiento que consumió mi cuerpo a pasos agigantados.

Sólo la llamada de mi nombre cual luminoso amanecer me hizo recuperar la conciencia y así devolverme al mundo real.

-Así que te llamas... Georgia... ¿Eh? -Dijo el extraño de la barra, el cual al parecer no se había movido del lugar y, por lo tanto, no había provocado todo lo que mi mente acababa de visionar.


-¿Cómo sabes mi nombre? -Murmuré con un tono teñido de terror.

-Lo pone en tu placa. -Comentó, señalando burlón al pin de mi camiseta.

-Ah... sí, es verdad, y ¿Tú te llamabas..?

-Romeo, ha sido un placer pero he de irme. Gracias por nada... creo. -Sonrió sólo como un hombre sabe hacerlo cuando quiere conseguir algo de una chica como yo, dejando una pequeña tarjeta con su nombre y número sobre la barra. -Esperaré tu llamada impaciente... Georgia.

-¿Para qué?

-Ya sabes lo que quiero hacer... -Susurró mientras abría la puerta del bar y, por fin, se alejaba para alivio de mi alma.

-Me vas a matar.









lunes, 6 de diciembre de 2010

No siempre se siente como la primera vez.

La mujer, ese gran desconocido.

Ante nosotros se nos presenta una frase que, para un gran sector de la humanidad ha sido uno de los grandes enigmas de la vida, comparables al surgimiento del universo, de hacienda o a la veracidad de la existencia de un Dios o, por el contrario, de extraterrestres. Lo cierto es que, a lo largo de los numerosos años en los que he podido experimentar el carácter de numerosas mujeres, la experiencia me dice que dicha pregunta, simplemente, no tiene respuesta, o al menos no una convincente.

Hoy te pueden estar jurando amor eterno como mañana te pueden lanzar un jarrón a la cabeza tan sólo porque te han descubierto en la cama con otra que no es ella ¿Se lo pueden creer? Qué osadía, menudas ocurrencias...

-Lástima que seas tan obediente... me hubiera resultado más divertido tener que azotar tu espalda por rebeldía, ¿Tú qué opinas? -Ronroneó con una inocente sonrisa, al menos en aparencia. Esta vez su presencia era un tanto distinta a la de nuestro último encuentro.

Lucía un traje largo blanco, casi de gala, con un corte sobre una de las piernas que le llegaba hasta el principio del muslo y un broche a la altura del escote, el cual era prominente. Sus labios ahora se presentaban con un carmín mucho más intenso, casi tanto como el color de la sangre y su cabello, todo recogido hacia un lado, realzaba aún más la felina belleza de todas sus facciones, convirtiéndola en un objeto de deseo para muchos hombres y una presa imposible para mis más bajos deseos.

-Opino que eres impresionante a primera vista, pero una vez que liberas la anguila que tienes por lengua pierdes todo el encanto. -Dije despreocupadamente justo al cerrar la puerta del coche, aún sin mirarla. Esta al percatarse del olor que emanaban mi piel y mis ropajes hizo una asqueada mueca, en evidencia a la necesidad de aseo que necesitaba mi cuerpo.

-Алексей, возьмите нас к созданию Таня, срочно. -Exigió con voz autoritaria al conductor en lo que a mi parecer se entendía como ruso. Evidentemente no di ningún signo evidencial de haberlo entendido, no me interesaba que pudiera saber más aspectos de mí de los que ya sabrá superficialmente.


-Y bien, ¿Puedo saber cuál será tu próximo deseo en tu más que probable apretada agenda? -Bufé. 


-Controla tus palabras... Romeo, no me gustaría que dejases de tener en cuenta quién pisa tu ego en este preciso instante. -Susurro casi inaudiblemente, deslizando una de sus manos cual serpiente por mi muslo, ingle y, finalmente, posándola sobre mi entrepierna. 


-Y... ¿Cómo decías que te llamabas? -Ladeé con sutileza mi cabeza, encontrando mi mirada con la suya para analizarla con detenimiento, dejando caer tintes de curiosidad en la expresión de mi rostro ya que, definitivamente, no recordaba haberle mencionado mi nombre. 


-Dejémoslo en Nereyda... -Dijo entre pícaras risas, inclinándose hacia mí lo suficiente como para rozar nuestros labios hasta que, de un momento a otro, clavo sus largas uñas en mi entrepierna efusivamente, provocando en mi hombría un profundo dolor. 


-Eso para que no olvides ni una sola de mis palabras ¿Entendido? -Fulminó mis ojos con los suyos, con la expresión completamente fría mientras deslizaba ahora su mano desde mi entrepierna por mi cuerpo hasta, finalmente, posar su dedo índice sobre mi mejilla, todo esto mientras le asentía con la cabeza, ya que después de su tierno apretón me sentía incapaz de pronunciar una sola palabra.


Pasaron unos diez minutos más antes de que saliéramos del coche, en los cuales Nereyda se dedicó a fumarse un puro y a conversar con el misterioso conductor acaloradamente. Eran aproximadamente las nueve y veinte de la noche cuando abrí la puerta del imponente Roll Royce de importación y observe lo que se presentaba ante mis ojos. 


Para ser de Nueva York no se trataba de un edificio muy alto. Probablemente posterior a la primera Revolución Industrial. De ornamentaciones hechas en piedra y cortos ventanales. En la zona en la que nos detuvimos se encontraba una tienda que, principalmente,  destacaba por estar hecha de una fachada exterior de cristal, luminosa tanto en el interior como en el exterior. Destacaba por no ir indicada precisamente hacia la clase media o obrera. 


-Venga, camina. -Ordenó después de darle una sutil patada a mi pantorrilla, haciendo que perdiese por un momento el equilibrio y que, además de este hecho, me pareciese aún más odiosa. Seguido a esto dió un par de pasos por delante de mi posición, se giró y me escudriñó con la mirada, alzando una de sus cejas juiciosamente y negando con la cabeza, dejando claro cuales eran sus pensamientos hacia mí en aquel momento. 


Después de entrar en el establecimiento un grupo de mujeres entre los veinte y los treinta y cinco años me hicieron todo tipo de tipo cuidados. Me asearon, me hicieron la pedicura de manos y pies, me afeitaron y me dieron un masaje para, como toque final, tomarme las medidas para un futuro traje que me darían, aunque parezca imposible, poco después. Afortunadamente para ellas acababa de alimentarme y mi cordura aún era capaz de dominar la insaciable sed que aún habitaba en mi garganta, la cual era capaz de dominar todos mis actos cual marionetista a su muñeco y convertirme en una bestia fuera de mí. 


Posteriormente a todo este proceso me metieron en uno de los probadores del local con unos cuantos trajes, sólo vestido en aquel momento con unos bóxers de algodón blancos. 


-Nereyda... esto te saldrá muy caro, muy... muy caro. -Dijo entre risas una de las tantas mujeres que se encontraba en la tienda. 


-¿Quieres que Victor se entere del día que tomasteis el té nuestro entrañable Joseph, o... más que entrañable para algunas, y tú? -Siseó Nereyda, ante lo que la hembra sólo supo asentir con la cabeza, a regañadientes. 


Después de unos minutos embargado por mis pensamientos y ya decidido a probarme uno de los trajes. Cuál fue mi sorpresa cuando se adentró en el probador mi añorada pelirroja de excesivas confianzas y se apegó a mí, mirándome, desafiante.


-A partir de ahora estarás de cara a un público muy exigente y, como tu actuación no resulte tal cual como yo lo deseo de convincente... te aseguro que no te quedará espíritu o tierras de por medio con las que poder huir de mí y mi furia, ¿Te ha quedado claro? -Susurró, paseando sus dedos índice y anular por mi torso desnudo con aparente desgana, desviando la mirada tiempo después. 


-Ante esto reí impulsivamente y tomé su barbilla entre mis dedos, obligándola a alzar la mirada. -¿Te han dicho alguna vez que eres una descarada? 


-¿Te han dicho alguna vez que eres poco precavido? -Clavó sus ojos en los míos con furia, apartando mi mano de su suave piel rápidamente.


-¿Te han dicho alguna vez que eres una zorra? -Murmuré, sonriendo en actitud chulesca y, recibiendo como única respuesta un sonoro bofetón, el cuál ladeó mi cabeza violentamente. 


Los segundos que siguieron a toda esa sucesión de provocaciones los recuerdo como los más largos e intensos de toda mi vida, aún más teniendo en cuenta que dieron paso a un frenético beso, lleno de desesperación frenesí. 


Su cuerpo se acopló al mío casi al acto, mis manos se deslizaron por sus muslos como hielo que se derrite impasible al abrasador sol, en cambio las suyas, concisas y directas, bajaron mis bóxers en un ágil movimiento. Su traje, sus ligeros, su sujetador... absolutamente todo quedó desgarrado entre mis dedos, cayendo al suelo como poco más que arapos. Sus labios, llenos de ansia, se chocaban contra los míos frenéticamente. Mi lengua saboreaba la suya con devoción, ambas se entrelazaban con la única intención de querer estar más y más unidas. 


Ella enganchó sus piernas a mi cintura, yo pegué su espalda contra el espejo. 
Jadeos y jadeos, gemidos y arañazos. Minutos que pasaban minutos que se convertían en espadas que se hundían en mi cordura sin compasión, despertando a la bestia que ahora habitaba en mi fuero interno y, provocando que de un momento a otro, hundiese mis afilados incisivos cerca de uno de sus pechos, provocando que una desenfrenada oleada de sangre inundase mi boca al completo. Pero su sangre, oh... su sangre... no era comparable ni a la del niño en sus más tierna edad, era un elixir indescriptible, lleno de matices adictivos que lo único que pretendían era que me entregase más al demonio con silueta de mujer al que acababa de penetrar y, en consecuencia, hacer mía. 


Recuerdo el tiempo que pasamos como uno sólo tal cual como si hubiesen sido horas interminables de sexo ininterrumpido. Mis embestidas eran cada vez más violentas, sus caderas tenían más soltura con cada movimiento, sus pechos turgentes contra mi pecho sudoroso, la sangre que ahora manchaba el espejo del probador, los lametones, los mordiscos, los besos, caricias, roces, miradas, suspiros... 


Todo, absolutamente todo, me dejó claro que, por mucho que sea especial una primera vez, su recuerdo puede ser desbancado y con gran ventaja por otro momento, aunque este sólo se componga de una milésima.... de parte de su ser. 




Como se podría decir, no siempre se siente como la primera vez. 





Pez grande y pez pequeño.

Han pasado cuatro días desde mi extraño encuentro con la pelirroja de curvas peligrosas y aún no he podido quitarme de la cabeza cada uno de los momentos que viví junto a ella. Cuatro agónicos días en los que no hago más que rememorar el instante en el que sus labios se transformaron en puro fuego contra mi piel, dándome un éxtasis que jamás había conocido en mi medio milenio de vida. Un placer indescriptible, un orgasmo apacible y de dura delicia que, una vez consiguió aniquilarme, provocó un despertar de mis sentidos completamente nuevo, lleno de poder y, como todo nuevo poder, no era de extrañar que no tardaría en traer sus no menos poderosas consecuencias...

Después de haber conseguido malvivir durante las primeras horas en el alcantarillado de la ciudad y haberme alimentado de ratas y otros seres vivos típicos del lugar sólo conseguí apaciguar parte de la cólera que se moría por ser desatada por mi cuerpo y, a su vez, hora tras hora, minuto tras minuto, un arraigado sentimiento de caza crecía a pasos agigantados, borrando a cada instante un poco de mi cordura y así, dando pie al nacimiento de un nuevo ser dentro de mi cuerpo, más instintivo, más animal, con más ganas...

De sangre.

Miércoles, ocho menos cuarto de la noche, hora punta en la que la sociedad capitalista por excelencia pasa a ser libre de sus patéticos trabajos para poder tomarse un descanso y así al día siguiente seguir con su lenta y agónica rutina. Para muchos resulta un infierno, para otros un deseado alivio, pero... para un tipo como yo ¿Qué significa? Que ha llegado la hora de recolectar los frutos tan anhelados durante los últimos días, que ha llegado la hora del ejemplo de la supremacía física como único poder, que ha llegado la hora de comer.

Ya que no tenía la vestimenta y el aseo adecuado para hacerme pasar por  un viandante más de la zona, decidí acercarme al New York Botanical Garden y acostarme en uno de los tantos bancos que hay en este, haciéndome pasar sin gran dificultad por vagabundo del lugar. Aproximadamente durante dos horas ,  quince minutos y 34 segundos estuve analizando a las posibles presas que paseaban ante mis ojos. Madres e hijos,  jovenes estudiantes, funcionarios, acarameladas parejas... Un amplio abanico de posibilidades se presentó ante mis encolerizados ojos, mi ansioso olfato y mi ardiente garganta, los cuales a cada mínimo instante me pedían recibir su ansiado néctar, reclamando a cada momento más y más el dominio de mi cuerpo, pidiéndome a gritos que cayese en la más absoluta de las locuras y me lanzase sobre alguien en pleno parque, pero no... aún debía esperar un poco más.

Fue entonces cuando la respuesta a mis plegarias se manifestó en dos personas que pasaban por la "plaza principal" en la que yo me encontraba. Una de ellas se trataba de una mujer, probablemente de unos treinta y cinco años de edad, cabello liso, algo encrespado, de color caoba y piel lampiña. Su cuerpo menudo se presentaba como el de una mujer desgastada por el trabajo y el paso del tiempo y sus acontecimientos. Probablemente se dedicaría al sector de la limpieza.

El otro individuo se situaba unos cuantos pasos atrás de la primera, siguiendo sus pasos con gran disimulo, tal como si estuviese esperando el momento justo para poder acercarse a esta. Su estatura era menor a la de ella, pero su cuerpo se presentaba corpulento, musculado, esto junto a sus facciones rudas gritaban en silencio que no era precisamente uno de los tantos oficinistas que solían frecuentar la zona. Entre los detalles dignos a destacar eran las manos de este último, las cuales estaban guardadas en los bolsillos de su chaqueta y parecían agarrar algo en su interior, punzante.

La situación se presentaba tan excitantemente divertida que mis más bajos instintos hicieron que me levantase del banco en un rápido impulso, quedándome los primeros minutos sin moverme en el sitio para poder dejar la suficiente distancia entre yo y mi futura víctima para, posteriormente, seguirle los pasos al hombre de extraños modales, el cual aún seguía "casualmente" la dirección de la no mal pensada fémina.

Pasaron cuarenta y seis minutos desde que decidí cuál sería el que me proporcionaría la cena esa noche. Durante dicho periodo de tiempo estuve escrutando cada uno de los pasos que realizaba la menuda señora,  percatándome de que mi presa primordial estaba esperando el momento oportuno para poder atraparla en plena soledad. Fue de un momento a otro cuando consiguió acorralarla en uno de los tantos callejones que habían entre las transversales de la zona. Por el momento no decidí actuar, sólo observar cómo se desarrollaba la previa escena antes de mi estelar actuación.

-Llamaré a la policía... ni lo dudes. -Dijo con la voz bañada en un evidente tono de miedo, buscando un pequeño bote de limpia-cristales que llevaba en el bolso.

-Vamos... preciosa, no creo que haga falta invitar a nadie más a la fiesta... -Murmuró entre risas, con las manos alzadas y acercándose cada vez más a ella.

Esta sin saber qué decir o hacer utilizó el spray limpia-cristales contra los ojos de su futuro agresor y echó a correr desesperadamente.

-¡Serás zorra! ¡¿No sabes quién coño soy puta de mierda?! -Escupió, rabiosamente, echando a correr tras ella hasta conseguir atraparla entre sus brazos, lamiéndole el cuello sarnosamente tan sólo por unos segundos.

-¿No te enseñaron a tener modales con una dama...? -Susurre en un tono quebrado ya que la sequedad de mi sangre me impedía hablar correctamente, imitando el gesto que este había tenido anteriormente con la inocente de la función, recorriendo toda la extensión de su cuello con un largo lametón, lleno de frenesí y, posteriormente, agarrándole por la chaqueta y, de un rudo tirón, apartándolo de la chica hasta lanzarlo contra uno de los tantos cubos de la basura que en el callejón se encontraba.

Cuando estaba dispuesto a escapar cual fue su sorpresa al percatarse de que mi presencia había desaparecido, sólo se encontraba frente a él la que sería su víctima, completamente aterrada, mirando hacia un punto cercano a él.

-Buh... -Susurré junto a su oído, sonriendo maliciosamente y, acto seguido, abalanzándome sobre su cuello salvajemente, hundiendo los incisivos sobre su piel hasta donde sus tendones y músculos me lo permitían. Sus alaridos de dolor no hacían más que motivar mis deseos de sangre hasta que, ya sin mayor espera alguna, friccioné mis mandíbulas alrededor de su sangre, provocando que un gran borbotón de sangre chocase contra mis labios y boca, aspirándola al acto ansiosamente, notando cómo la piel se me erizaba ante la gran sensación de placer y alivio que inundaba todos mis sentidos.

A medida que más profunda se hacía la herida en su inofensivo cuerpo, más se incrementaba el disfrute de ese elixir vital que aliviaba el escozor de mi garganta. Tan sólo durante un breve momento conseguí volver a sentirme vivo, vivo de verdad. Tan lleno de energía como el momento en el que la Venus dueña de lo oscuro y enigmático dejó su marca de poder sobre mi piel. Tan poderoso y a la vez tan frágil ante la vorágine exasperante que abarcaba cada poro de mi piel... que, sin darme cuenta, había perdido la noción del tiempo y cuando quise recuperar la cordura, me había percatado de que casi toda mi ropa, cara y brazos, estaban empapados en sangre y que lo poco que quedaba sobre mi cuerpo ya no era ni el equivalente a un cadáver humano, sino unos despojos ensangrentados de carne, huesos y sangre.

Poco a poco conseguí levantarme, aunque no sin perder el equilibrio en más de una ocasión. Me sentía completamente desahogado, libre de toda la carga que había acumulado durante la última semana, tan ligero o más que una pluma. Era la primera persona que asesinaba pero... sinceramente, en ningún momento hubo remordimientos de conciencia en mi mente, es más, sabía que no sería la primera y última vez que pasaría.

En cuanto a la aterrorizada mujer no puedo dar grandes detalles, lo único que recuerdo son imágenes de ella en estado de shock y, que de un momento a otro, ya había desaparecido.

Después de un largo periodo de tiempo conseguí que mis sentidos se asentasen en la tierra junto con mis pies, mucho más estables y agudizados que en los últimos días. Ahora todo era distinto, sentía cómo las energías ya no me dominaban, sino que se complementaban con mis pensamientos con una sincronía asombrosa.

No sabía lo que me depararía en las próximas horas y qué haría para deshacerme de lo que quedaba de mi presa y mis ropas. Afortunadamente antes de que tuviese en mente un plan convincente comenzó a llover a raudales, liberándome de las pruebas que certificaban que ya no pertenecía a este mundo como un ser vivo más, sino como una bestia, implacable y voraz, siempre sedienta, siempre con ansias de dolor.

Minutos después de que comenzara a llover el misterioso coche en el que había sufrido mi nuevo nacimiento apareció al pie del callejón, espectante a que reaccionara y me acercase a él. Así que, sin más dilación, me acerque a él cual liebre que se adentra en la boca del lobo.

Ya saben lo que se suele decir... "el pez grande siempre se come al pez pequeño", y yo, francamente, aún no he saciado mi apetito.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Dicen que la curiosidad puede matar, pero no literalmente.

Esta vez, cómo de otras tantas no me resultaba extraño haber perdido la noción del tiempo y del espacio. Normalmente dejaba pasar algunos días, escondiéndome en los suburbios del lugar en el que me encontrase para finalmente, por puro instinto, conseguir situarme en esta pocilga llamada mundo.

Eran las cinco y media de la madrugada y, cómo de costumbre en estos últimos tres meses, Will Tucker, el dueño del "mítico bar" sex guns por pura lástima decidió regalarme lo que quedaba de una botella de JB para así poder dejarme tirado frente a la puerta de su local sin remordimiento alguno.

-Podrías plantearte dejarme una cama en el almacén... ambos sabemos que cada día el aprecio que sientes hacia mí te impide un poco más dejarme tirado en la calle cual perro callejero. -Musité con cierta sorna en mis últimas palabras, esperando alguna reacción por su parte.

-Deberías buscarte una nueva vida... chico. -Dijo junto con un desganado suspiro, cerrando la puerta del establecimiento nada más verme tumbado en el suelo.

Las siguientes horas no las recuerdo muy bien ya que, después de haberme bebido unas 4 botellas de ron y media de vodka durante toda la noche, todos mis sentidos habían quedado profundamente afectados. En las primeras horas de la mañana lo único que podía percibir eran sonidos distorsionados y luces y sombras que no paraban de agitarse a mi alrededor, haciendo que el aturdimiento de mi mente se incrementase por momentos, comenzando a dejar paso a la vuelta de mi lógica y, por lo tanto, a la resaca de mi vida.

Aún no había amanecido del todo cuando un único sentido aturdió mi cabeza considerablemente. Era similar al de un golpe de martillo, rotundo y mordaz y, a medida que se acercaba hacia mí, la silueta de la cual emanaba estaba cada vez más y más definida.

Por lo que podía percibir a esas alturas del día se trataba de una mujer, joven y aparentemente bella. Sus cabellos eran pelirrojos y su piel claramente blanca, casi marmórea a la luz del sol. De labios carnosos y ojos color miel, llevaba un traje verde que se le ceñía por completo a su cuerpo, denotando las prominentes curvas que en este se formaban, de corte por encima de las rodillas, dejando al descubierto unas kilométricas piernas que dejarían sin palabra a cualquier viandante en ese momento y, a pesar de que mis sentidos no se encontraban en su mejor momento, su mirada felina se quedó incrustada en mi mente durante unos interminables segundos, borrándose al acto al percibir su voz como un torrente abrasador, despertándome de mi sueño de alcohol casi al acto.

-En fin... parece que hoy no es mi día de suerte, pero supongo que para la semana eres más que suficiente -Dijo con gran burla para, acto seguido, agacharse y agarrarme por los arapos que antes eran una camiseta, obligándome a levantarme con tal fuerza que me dejó abrumado.

-Quién... ¿Quién eres? -Carraspeé.

-Pero qué osado... -Dijo entre risas. -No creo haberte dado permiso para hablar así que, si quieres mantener viva tu integridad como hombre lo mejor que podrás hacer es mantener la boca cerrada. -Musitó, lanzándome después un beso al aire y tirando de mi ropa, obligándome a seguir sus decididos pasos hasta lo que podía intuir como un Roll Royce negro de cristales tintados. Una vez al lado de este se abrió la puerta trasera de forma inexplicable y ambos entramos en su interior.

En este todo estaba completamente oscuro y, durante los primeros instantes no percibí el más mínimo ápice de luz o sonido que pudiese denotar que hubiese alguien más en el coche excepto mi propio ser pero,  en una sucesión de actos inesperados, todo cambió.

-Después de lo que va a ocurrir probablemente no recuerdes nada de los últimos días de tu desgraciada vida... -Siseó casi de forma sensual, con sus labios pegados junto a mi oreja. -Pero espero que te grabes a fuego estas últimas palabras... Dentro de una semana te estaré esperando en este mismo lugar... a la puesta de la luz... Espero que seas puntual, por tu bien. Acto seguido lamió lentamente mi oreja, recorriendo su extensión para, poco después, deslizar sus labios cual serpiente acechando a su presa por mi piel, posándolos en última instancia sobre mi cuello, cerca de la clavícula.

A partir de ese momento todos mis recuerdos, mi sufrimiento, las risas, las lágrimas, el sexo el odio, el amor, el éxtasis, el desenfreno, mi alma... se derrumbaron cual castillo de naipes estrepitosamente. La sensación que estaba experimentando en aquel preciso instante era inexplicablemente dolorosa.

Tenía la sensación de que mil espadas se habían concentrado en el punto de mira que había marcado la mujer de extrañas formas con sus labios de la muerte. A medida que pasaba el tiempo esta tormentosa sensación se incrementaba, dominando mi cuerpo a todos los efectos. Era como si centenares de antorchas se hubiesen prendido fuego en mi interior y me estuviesen consumiendo poco a poco y sin remedio. Mi corazón latía estrepitosamente y notaba como mi pecho palpitaba con desesperación, como si mi alma tuviera una gran desesperación por desgarrarse de mi piel, mi carne. No aguantaba más, la cabeza me daba vueltas y vueltas y mi respiración estaba al límite de su cesar hasta que, ya sin más que sufrir o carne a la que atacar, sencillamente no quedó...

Nada.

Lo siguiente que recuerdo es que me desperté de un sobresalto debido al mordisco que una rata le hizo a mi mano. Me encontraba en un callejón bastante estrecho, lleno de cubos de basura y el cual desgraciadamente no reconocía, una vez más estaba amaneciendo y, aunque me sentía extasiado después de mis últimos recuerdos, a la par me encontraba con mayor fuerza, algo que me abrumó considerablemente. Cerca de mis pies había un charco de lo que aparentemente parecía agua, así que sin pensármelo dos veces me arrastré hasta él para así poder ver el reflejo de mi estado actual.

Nada más verme el asombro y el recelo se apoderaron de mi mente. El hombre que me miraba con gran rechazo superficialmente era yo pero, en el fondo, algo había cambiado mis facciones casi por completo.

Mi piel era mucho más blanca, mis facciones un tanto más marcadas y corpulentas, denotando el incremento de fuerza que había sufrido mi cuerpo. En cuanto a mis ojos el iris había cambiado ya que, aunque pareciera imposible, se habían teñido de un intenso rojo escarlata y, como instancia final, al percatarme de un ligero dolor que tenía en la mandíbula superior entreabrí la boca lentamente, con algo de miedo. Dejando aparecer unos dientes incisivos mucho más largos y afilados.

El panorama que se encontraba frente a mis ojos me dejó completamente trastocado, aún sin creerme nada de lo que estos acababan de presenciar. Levantándome rápidamente y echándome a correr, desapareciendo entre la bruma mañanera típica de un invierno Neoyorkino.

Dudo cual será mi futuro de aquí en adelante... pero desde luego tendré en cuenta con quien dejarme ver la próxima vez. Dicen que la curiosidad puede matar, pero nunca pensé que pudiera ser literalmente.

Prólogo.


- Nombre original: Gio Testa
- Seudónimo: Romeo Fenice Brest
- Raza: Humano
- Fecha de nacimiento: 16 de noviembre de 1592
- Edad original: 508 años
- Edad aparente: 24 años
- Peso: 86,4 Kg
- Altura: 1,82 m
- Lugar de nacimiento: Bangladesh, India
- Lugar de origen: Módena, Italia
- Apariencia física: De cuerpo atlético aunque algo fornido, luce gran cantidad de tatuajes en la zona de los brazos. Su piel es blanca pero levemente bronceada. En cuanto al color de su cabello, que lo suele tener corto la mayoría del tiempo, se puede apreciar que es claramente un rubio tostado, algo quemado por la luz del sol. Respecto a la tonalidad de sus ojos no se puede hablar con tanta facilidad ya que, dependiendo de su estado anímico pueden ser azulados o verdosos, lo que sí se puede afirmar es que son tan claros que tienen una gran sensibilidad hacia cualquier tipo de luz, haciendo que sus pupilas se dilaten fácilmente y en gran medida. No tiene una barba muy cargada normalmente. Carece de bello corporal y, el poco que tiene, es rubio, por lo tanto es prácticamente inapreciable. Tiene una marca similar a las que se les realiza al ganado en la zona superior de la nalga izquierda en la que se lee claramente "L.G." y, en su espalda, unas sutiles líneas en las que se pueden intuir antiguos latigazos.
- Carácter: En él destacan su faceta impulsiva y pasional. A lo largo de su vida se ha dejado llevar por sus instintos de manera fiel ya que siempre ha confiado en su lado "animal". Gran enamorado de lo imposible, lo efímero y lo vital, siempre se ha sentido atraído por la escritura y la pintura, dejándose envolver en el mundo del arte con gran devoción. Su personalidad es fuerte, casi tanto que en determinados momentos no se puede controlar, afortunadamente con el paso de los años ha sabido ser cauto y moderar sus palabras para saber cómo controlar cada situación, ya que siempre le ha gustado ser el dominante del entorno en el que se encuentre.
- Historia: Con padre italiano y madre inglesa, Gio nace en una humilde cabaña cercana a la división de Rajshahi, perteneciente a Bangladesh, India. Debido a que Europa se encontraba en una plétorica expansión de su comercio gracias a la ruta de las especias por la zona oriental del planeta, su padre, Fabio Testa, decidió partir junto a su familia hacia dicho lugar para, con ello, intentar aumentar su patrimonio y así, a su vuelta, ser una adinerada familia londinense para poder acallar las malas lenguas de los parientes de su esposa, Hope McGregor.
Después de pasar varios años en la India, un altercado entre dos regiones próximas hace que los padres de Gio mueran accidentalmente asfixiados dentro de la cabaña, la cual fue reducida a cenizas posteriormente. De este fatal encuentro no se supo nada del primógenito de dicha familia hasta que, mucho tiempo después, aparece a la edad de 25 años en Módena, Italia y, después de haber pasado multitud de miserias, malvive de limosnas durante semanas, refugiandose en sus lienzos, plumas, pinceles, óleos y tintas, dejándose llevar por la embriagadora sensación de la que disfrutaban los artistas bohemios de la época.
Es posteriormente cuando, de forma misteriosa, aparece una dama de modales refinados y decide ser su "mecenas", acogiéndolo en su casa para darle una educación de la que en su momento fue privado. Dicha mujer le cultivó en las más selectas costumbres, le enseñó varios idiomas como el español, el italiano, el hindú, el inglés o el ruso y, quizás mucho más importante, a ver con una perspectiva un tanto peculiar el concepto del espacio, el tiempo, y la lógica en sí.
Al cabo de los meses, cuando la distintiva señora o, más bien conocida como madame Lo Gioudice comprendió que estaba preparado para el "paso final", a través de un rito pagano lo transformó en su esclavo a todo los efectos, tanto carnal como espiritualmente y, finalmente, hacer que pernaciese bajo su voluntad hasta el fin de los días.
Pasaron las décadas y Gio a cada instante notaba cómo perdía parte de su humanidad y, con ella, sus ilusiones, sus sueños, sus oportunidades de brillar y su vida en sí hasta que, casi milagrosamente, consigue apoderarse de parte del "don" de su señora, escapando sin mirar atrás.
Actualmente vagabundea por el mundo, viviendo de su arte e intentando no ser encontrado por su vieja ama, aliviado por saber que por fin es dueño de su destino aunque, por otro lado, renegado ante la realidad de que su tiempo ya ha pasado. Todavía cree en el amor verdadero y, debido a que es bisexual, no cree en un sexo u otro, sino en la persona en sí, en su alma, aunque la desconfianza que tiene hacia los humanos ha provocado que haya cerrado las puertas de su corazón a todos los efectos, haciendo que, en consecuencia, aún sea virgen.
La huella que dejó madame Lo Gioudice en él fue un "instinto animal" excesivamente desarrollado, es decir, capta cualquier tipo de sensación o acontecimiento extracorporal que no podría conseguir cualquier ser vivo.