lunes, 6 de diciembre de 2010

No siempre se siente como la primera vez.

La mujer, ese gran desconocido.

Ante nosotros se nos presenta una frase que, para un gran sector de la humanidad ha sido uno de los grandes enigmas de la vida, comparables al surgimiento del universo, de hacienda o a la veracidad de la existencia de un Dios o, por el contrario, de extraterrestres. Lo cierto es que, a lo largo de los numerosos años en los que he podido experimentar el carácter de numerosas mujeres, la experiencia me dice que dicha pregunta, simplemente, no tiene respuesta, o al menos no una convincente.

Hoy te pueden estar jurando amor eterno como mañana te pueden lanzar un jarrón a la cabeza tan sólo porque te han descubierto en la cama con otra que no es ella ¿Se lo pueden creer? Qué osadía, menudas ocurrencias...

-Lástima que seas tan obediente... me hubiera resultado más divertido tener que azotar tu espalda por rebeldía, ¿Tú qué opinas? -Ronroneó con una inocente sonrisa, al menos en aparencia. Esta vez su presencia era un tanto distinta a la de nuestro último encuentro.

Lucía un traje largo blanco, casi de gala, con un corte sobre una de las piernas que le llegaba hasta el principio del muslo y un broche a la altura del escote, el cual era prominente. Sus labios ahora se presentaban con un carmín mucho más intenso, casi tanto como el color de la sangre y su cabello, todo recogido hacia un lado, realzaba aún más la felina belleza de todas sus facciones, convirtiéndola en un objeto de deseo para muchos hombres y una presa imposible para mis más bajos deseos.

-Opino que eres impresionante a primera vista, pero una vez que liberas la anguila que tienes por lengua pierdes todo el encanto. -Dije despreocupadamente justo al cerrar la puerta del coche, aún sin mirarla. Esta al percatarse del olor que emanaban mi piel y mis ropajes hizo una asqueada mueca, en evidencia a la necesidad de aseo que necesitaba mi cuerpo.

-Алексей, возьмите нас к созданию Таня, срочно. -Exigió con voz autoritaria al conductor en lo que a mi parecer se entendía como ruso. Evidentemente no di ningún signo evidencial de haberlo entendido, no me interesaba que pudiera saber más aspectos de mí de los que ya sabrá superficialmente.


-Y bien, ¿Puedo saber cuál será tu próximo deseo en tu más que probable apretada agenda? -Bufé. 


-Controla tus palabras... Romeo, no me gustaría que dejases de tener en cuenta quién pisa tu ego en este preciso instante. -Susurro casi inaudiblemente, deslizando una de sus manos cual serpiente por mi muslo, ingle y, finalmente, posándola sobre mi entrepierna. 


-Y... ¿Cómo decías que te llamabas? -Ladeé con sutileza mi cabeza, encontrando mi mirada con la suya para analizarla con detenimiento, dejando caer tintes de curiosidad en la expresión de mi rostro ya que, definitivamente, no recordaba haberle mencionado mi nombre. 


-Dejémoslo en Nereyda... -Dijo entre pícaras risas, inclinándose hacia mí lo suficiente como para rozar nuestros labios hasta que, de un momento a otro, clavo sus largas uñas en mi entrepierna efusivamente, provocando en mi hombría un profundo dolor. 


-Eso para que no olvides ni una sola de mis palabras ¿Entendido? -Fulminó mis ojos con los suyos, con la expresión completamente fría mientras deslizaba ahora su mano desde mi entrepierna por mi cuerpo hasta, finalmente, posar su dedo índice sobre mi mejilla, todo esto mientras le asentía con la cabeza, ya que después de su tierno apretón me sentía incapaz de pronunciar una sola palabra.


Pasaron unos diez minutos más antes de que saliéramos del coche, en los cuales Nereyda se dedicó a fumarse un puro y a conversar con el misterioso conductor acaloradamente. Eran aproximadamente las nueve y veinte de la noche cuando abrí la puerta del imponente Roll Royce de importación y observe lo que se presentaba ante mis ojos. 


Para ser de Nueva York no se trataba de un edificio muy alto. Probablemente posterior a la primera Revolución Industrial. De ornamentaciones hechas en piedra y cortos ventanales. En la zona en la que nos detuvimos se encontraba una tienda que, principalmente,  destacaba por estar hecha de una fachada exterior de cristal, luminosa tanto en el interior como en el exterior. Destacaba por no ir indicada precisamente hacia la clase media o obrera. 


-Venga, camina. -Ordenó después de darle una sutil patada a mi pantorrilla, haciendo que perdiese por un momento el equilibrio y que, además de este hecho, me pareciese aún más odiosa. Seguido a esto dió un par de pasos por delante de mi posición, se giró y me escudriñó con la mirada, alzando una de sus cejas juiciosamente y negando con la cabeza, dejando claro cuales eran sus pensamientos hacia mí en aquel momento. 


Después de entrar en el establecimiento un grupo de mujeres entre los veinte y los treinta y cinco años me hicieron todo tipo de tipo cuidados. Me asearon, me hicieron la pedicura de manos y pies, me afeitaron y me dieron un masaje para, como toque final, tomarme las medidas para un futuro traje que me darían, aunque parezca imposible, poco después. Afortunadamente para ellas acababa de alimentarme y mi cordura aún era capaz de dominar la insaciable sed que aún habitaba en mi garganta, la cual era capaz de dominar todos mis actos cual marionetista a su muñeco y convertirme en una bestia fuera de mí. 


Posteriormente a todo este proceso me metieron en uno de los probadores del local con unos cuantos trajes, sólo vestido en aquel momento con unos bóxers de algodón blancos. 


-Nereyda... esto te saldrá muy caro, muy... muy caro. -Dijo entre risas una de las tantas mujeres que se encontraba en la tienda. 


-¿Quieres que Victor se entere del día que tomasteis el té nuestro entrañable Joseph, o... más que entrañable para algunas, y tú? -Siseó Nereyda, ante lo que la hembra sólo supo asentir con la cabeza, a regañadientes. 


Después de unos minutos embargado por mis pensamientos y ya decidido a probarme uno de los trajes. Cuál fue mi sorpresa cuando se adentró en el probador mi añorada pelirroja de excesivas confianzas y se apegó a mí, mirándome, desafiante.


-A partir de ahora estarás de cara a un público muy exigente y, como tu actuación no resulte tal cual como yo lo deseo de convincente... te aseguro que no te quedará espíritu o tierras de por medio con las que poder huir de mí y mi furia, ¿Te ha quedado claro? -Susurró, paseando sus dedos índice y anular por mi torso desnudo con aparente desgana, desviando la mirada tiempo después. 


-Ante esto reí impulsivamente y tomé su barbilla entre mis dedos, obligándola a alzar la mirada. -¿Te han dicho alguna vez que eres una descarada? 


-¿Te han dicho alguna vez que eres poco precavido? -Clavó sus ojos en los míos con furia, apartando mi mano de su suave piel rápidamente.


-¿Te han dicho alguna vez que eres una zorra? -Murmuré, sonriendo en actitud chulesca y, recibiendo como única respuesta un sonoro bofetón, el cuál ladeó mi cabeza violentamente. 


Los segundos que siguieron a toda esa sucesión de provocaciones los recuerdo como los más largos e intensos de toda mi vida, aún más teniendo en cuenta que dieron paso a un frenético beso, lleno de desesperación frenesí. 


Su cuerpo se acopló al mío casi al acto, mis manos se deslizaron por sus muslos como hielo que se derrite impasible al abrasador sol, en cambio las suyas, concisas y directas, bajaron mis bóxers en un ágil movimiento. Su traje, sus ligeros, su sujetador... absolutamente todo quedó desgarrado entre mis dedos, cayendo al suelo como poco más que arapos. Sus labios, llenos de ansia, se chocaban contra los míos frenéticamente. Mi lengua saboreaba la suya con devoción, ambas se entrelazaban con la única intención de querer estar más y más unidas. 


Ella enganchó sus piernas a mi cintura, yo pegué su espalda contra el espejo. 
Jadeos y jadeos, gemidos y arañazos. Minutos que pasaban minutos que se convertían en espadas que se hundían en mi cordura sin compasión, despertando a la bestia que ahora habitaba en mi fuero interno y, provocando que de un momento a otro, hundiese mis afilados incisivos cerca de uno de sus pechos, provocando que una desenfrenada oleada de sangre inundase mi boca al completo. Pero su sangre, oh... su sangre... no era comparable ni a la del niño en sus más tierna edad, era un elixir indescriptible, lleno de matices adictivos que lo único que pretendían era que me entregase más al demonio con silueta de mujer al que acababa de penetrar y, en consecuencia, hacer mía. 


Recuerdo el tiempo que pasamos como uno sólo tal cual como si hubiesen sido horas interminables de sexo ininterrumpido. Mis embestidas eran cada vez más violentas, sus caderas tenían más soltura con cada movimiento, sus pechos turgentes contra mi pecho sudoroso, la sangre que ahora manchaba el espejo del probador, los lametones, los mordiscos, los besos, caricias, roces, miradas, suspiros... 


Todo, absolutamente todo, me dejó claro que, por mucho que sea especial una primera vez, su recuerdo puede ser desbancado y con gran ventaja por otro momento, aunque este sólo se componga de una milésima.... de parte de su ser. 




Como se podría decir, no siempre se siente como la primera vez. 





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