domingo, 5 de diciembre de 2010

Dicen que la curiosidad puede matar, pero no literalmente.

Esta vez, cómo de otras tantas no me resultaba extraño haber perdido la noción del tiempo y del espacio. Normalmente dejaba pasar algunos días, escondiéndome en los suburbios del lugar en el que me encontrase para finalmente, por puro instinto, conseguir situarme en esta pocilga llamada mundo.

Eran las cinco y media de la madrugada y, cómo de costumbre en estos últimos tres meses, Will Tucker, el dueño del "mítico bar" sex guns por pura lástima decidió regalarme lo que quedaba de una botella de JB para así poder dejarme tirado frente a la puerta de su local sin remordimiento alguno.

-Podrías plantearte dejarme una cama en el almacén... ambos sabemos que cada día el aprecio que sientes hacia mí te impide un poco más dejarme tirado en la calle cual perro callejero. -Musité con cierta sorna en mis últimas palabras, esperando alguna reacción por su parte.

-Deberías buscarte una nueva vida... chico. -Dijo junto con un desganado suspiro, cerrando la puerta del establecimiento nada más verme tumbado en el suelo.

Las siguientes horas no las recuerdo muy bien ya que, después de haberme bebido unas 4 botellas de ron y media de vodka durante toda la noche, todos mis sentidos habían quedado profundamente afectados. En las primeras horas de la mañana lo único que podía percibir eran sonidos distorsionados y luces y sombras que no paraban de agitarse a mi alrededor, haciendo que el aturdimiento de mi mente se incrementase por momentos, comenzando a dejar paso a la vuelta de mi lógica y, por lo tanto, a la resaca de mi vida.

Aún no había amanecido del todo cuando un único sentido aturdió mi cabeza considerablemente. Era similar al de un golpe de martillo, rotundo y mordaz y, a medida que se acercaba hacia mí, la silueta de la cual emanaba estaba cada vez más y más definida.

Por lo que podía percibir a esas alturas del día se trataba de una mujer, joven y aparentemente bella. Sus cabellos eran pelirrojos y su piel claramente blanca, casi marmórea a la luz del sol. De labios carnosos y ojos color miel, llevaba un traje verde que se le ceñía por completo a su cuerpo, denotando las prominentes curvas que en este se formaban, de corte por encima de las rodillas, dejando al descubierto unas kilométricas piernas que dejarían sin palabra a cualquier viandante en ese momento y, a pesar de que mis sentidos no se encontraban en su mejor momento, su mirada felina se quedó incrustada en mi mente durante unos interminables segundos, borrándose al acto al percibir su voz como un torrente abrasador, despertándome de mi sueño de alcohol casi al acto.

-En fin... parece que hoy no es mi día de suerte, pero supongo que para la semana eres más que suficiente -Dijo con gran burla para, acto seguido, agacharse y agarrarme por los arapos que antes eran una camiseta, obligándome a levantarme con tal fuerza que me dejó abrumado.

-Quién... ¿Quién eres? -Carraspeé.

-Pero qué osado... -Dijo entre risas. -No creo haberte dado permiso para hablar así que, si quieres mantener viva tu integridad como hombre lo mejor que podrás hacer es mantener la boca cerrada. -Musitó, lanzándome después un beso al aire y tirando de mi ropa, obligándome a seguir sus decididos pasos hasta lo que podía intuir como un Roll Royce negro de cristales tintados. Una vez al lado de este se abrió la puerta trasera de forma inexplicable y ambos entramos en su interior.

En este todo estaba completamente oscuro y, durante los primeros instantes no percibí el más mínimo ápice de luz o sonido que pudiese denotar que hubiese alguien más en el coche excepto mi propio ser pero,  en una sucesión de actos inesperados, todo cambió.

-Después de lo que va a ocurrir probablemente no recuerdes nada de los últimos días de tu desgraciada vida... -Siseó casi de forma sensual, con sus labios pegados junto a mi oreja. -Pero espero que te grabes a fuego estas últimas palabras... Dentro de una semana te estaré esperando en este mismo lugar... a la puesta de la luz... Espero que seas puntual, por tu bien. Acto seguido lamió lentamente mi oreja, recorriendo su extensión para, poco después, deslizar sus labios cual serpiente acechando a su presa por mi piel, posándolos en última instancia sobre mi cuello, cerca de la clavícula.

A partir de ese momento todos mis recuerdos, mi sufrimiento, las risas, las lágrimas, el sexo el odio, el amor, el éxtasis, el desenfreno, mi alma... se derrumbaron cual castillo de naipes estrepitosamente. La sensación que estaba experimentando en aquel preciso instante era inexplicablemente dolorosa.

Tenía la sensación de que mil espadas se habían concentrado en el punto de mira que había marcado la mujer de extrañas formas con sus labios de la muerte. A medida que pasaba el tiempo esta tormentosa sensación se incrementaba, dominando mi cuerpo a todos los efectos. Era como si centenares de antorchas se hubiesen prendido fuego en mi interior y me estuviesen consumiendo poco a poco y sin remedio. Mi corazón latía estrepitosamente y notaba como mi pecho palpitaba con desesperación, como si mi alma tuviera una gran desesperación por desgarrarse de mi piel, mi carne. No aguantaba más, la cabeza me daba vueltas y vueltas y mi respiración estaba al límite de su cesar hasta que, ya sin más que sufrir o carne a la que atacar, sencillamente no quedó...

Nada.

Lo siguiente que recuerdo es que me desperté de un sobresalto debido al mordisco que una rata le hizo a mi mano. Me encontraba en un callejón bastante estrecho, lleno de cubos de basura y el cual desgraciadamente no reconocía, una vez más estaba amaneciendo y, aunque me sentía extasiado después de mis últimos recuerdos, a la par me encontraba con mayor fuerza, algo que me abrumó considerablemente. Cerca de mis pies había un charco de lo que aparentemente parecía agua, así que sin pensármelo dos veces me arrastré hasta él para así poder ver el reflejo de mi estado actual.

Nada más verme el asombro y el recelo se apoderaron de mi mente. El hombre que me miraba con gran rechazo superficialmente era yo pero, en el fondo, algo había cambiado mis facciones casi por completo.

Mi piel era mucho más blanca, mis facciones un tanto más marcadas y corpulentas, denotando el incremento de fuerza que había sufrido mi cuerpo. En cuanto a mis ojos el iris había cambiado ya que, aunque pareciera imposible, se habían teñido de un intenso rojo escarlata y, como instancia final, al percatarme de un ligero dolor que tenía en la mandíbula superior entreabrí la boca lentamente, con algo de miedo. Dejando aparecer unos dientes incisivos mucho más largos y afilados.

El panorama que se encontraba frente a mis ojos me dejó completamente trastocado, aún sin creerme nada de lo que estos acababan de presenciar. Levantándome rápidamente y echándome a correr, desapareciendo entre la bruma mañanera típica de un invierno Neoyorkino.

Dudo cual será mi futuro de aquí en adelante... pero desde luego tendré en cuenta con quien dejarme ver la próxima vez. Dicen que la curiosidad puede matar, pero nunca pensé que pudiera ser literalmente.

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