lunes, 6 de diciembre de 2010

Pez grande y pez pequeño.

Han pasado cuatro días desde mi extraño encuentro con la pelirroja de curvas peligrosas y aún no he podido quitarme de la cabeza cada uno de los momentos que viví junto a ella. Cuatro agónicos días en los que no hago más que rememorar el instante en el que sus labios se transformaron en puro fuego contra mi piel, dándome un éxtasis que jamás había conocido en mi medio milenio de vida. Un placer indescriptible, un orgasmo apacible y de dura delicia que, una vez consiguió aniquilarme, provocó un despertar de mis sentidos completamente nuevo, lleno de poder y, como todo nuevo poder, no era de extrañar que no tardaría en traer sus no menos poderosas consecuencias...

Después de haber conseguido malvivir durante las primeras horas en el alcantarillado de la ciudad y haberme alimentado de ratas y otros seres vivos típicos del lugar sólo conseguí apaciguar parte de la cólera que se moría por ser desatada por mi cuerpo y, a su vez, hora tras hora, minuto tras minuto, un arraigado sentimiento de caza crecía a pasos agigantados, borrando a cada instante un poco de mi cordura y así, dando pie al nacimiento de un nuevo ser dentro de mi cuerpo, más instintivo, más animal, con más ganas...

De sangre.

Miércoles, ocho menos cuarto de la noche, hora punta en la que la sociedad capitalista por excelencia pasa a ser libre de sus patéticos trabajos para poder tomarse un descanso y así al día siguiente seguir con su lenta y agónica rutina. Para muchos resulta un infierno, para otros un deseado alivio, pero... para un tipo como yo ¿Qué significa? Que ha llegado la hora de recolectar los frutos tan anhelados durante los últimos días, que ha llegado la hora del ejemplo de la supremacía física como único poder, que ha llegado la hora de comer.

Ya que no tenía la vestimenta y el aseo adecuado para hacerme pasar por  un viandante más de la zona, decidí acercarme al New York Botanical Garden y acostarme en uno de los tantos bancos que hay en este, haciéndome pasar sin gran dificultad por vagabundo del lugar. Aproximadamente durante dos horas ,  quince minutos y 34 segundos estuve analizando a las posibles presas que paseaban ante mis ojos. Madres e hijos,  jovenes estudiantes, funcionarios, acarameladas parejas... Un amplio abanico de posibilidades se presentó ante mis encolerizados ojos, mi ansioso olfato y mi ardiente garganta, los cuales a cada mínimo instante me pedían recibir su ansiado néctar, reclamando a cada momento más y más el dominio de mi cuerpo, pidiéndome a gritos que cayese en la más absoluta de las locuras y me lanzase sobre alguien en pleno parque, pero no... aún debía esperar un poco más.

Fue entonces cuando la respuesta a mis plegarias se manifestó en dos personas que pasaban por la "plaza principal" en la que yo me encontraba. Una de ellas se trataba de una mujer, probablemente de unos treinta y cinco años de edad, cabello liso, algo encrespado, de color caoba y piel lampiña. Su cuerpo menudo se presentaba como el de una mujer desgastada por el trabajo y el paso del tiempo y sus acontecimientos. Probablemente se dedicaría al sector de la limpieza.

El otro individuo se situaba unos cuantos pasos atrás de la primera, siguiendo sus pasos con gran disimulo, tal como si estuviese esperando el momento justo para poder acercarse a esta. Su estatura era menor a la de ella, pero su cuerpo se presentaba corpulento, musculado, esto junto a sus facciones rudas gritaban en silencio que no era precisamente uno de los tantos oficinistas que solían frecuentar la zona. Entre los detalles dignos a destacar eran las manos de este último, las cuales estaban guardadas en los bolsillos de su chaqueta y parecían agarrar algo en su interior, punzante.

La situación se presentaba tan excitantemente divertida que mis más bajos instintos hicieron que me levantase del banco en un rápido impulso, quedándome los primeros minutos sin moverme en el sitio para poder dejar la suficiente distancia entre yo y mi futura víctima para, posteriormente, seguirle los pasos al hombre de extraños modales, el cual aún seguía "casualmente" la dirección de la no mal pensada fémina.

Pasaron cuarenta y seis minutos desde que decidí cuál sería el que me proporcionaría la cena esa noche. Durante dicho periodo de tiempo estuve escrutando cada uno de los pasos que realizaba la menuda señora,  percatándome de que mi presa primordial estaba esperando el momento oportuno para poder atraparla en plena soledad. Fue de un momento a otro cuando consiguió acorralarla en uno de los tantos callejones que habían entre las transversales de la zona. Por el momento no decidí actuar, sólo observar cómo se desarrollaba la previa escena antes de mi estelar actuación.

-Llamaré a la policía... ni lo dudes. -Dijo con la voz bañada en un evidente tono de miedo, buscando un pequeño bote de limpia-cristales que llevaba en el bolso.

-Vamos... preciosa, no creo que haga falta invitar a nadie más a la fiesta... -Murmuró entre risas, con las manos alzadas y acercándose cada vez más a ella.

Esta sin saber qué decir o hacer utilizó el spray limpia-cristales contra los ojos de su futuro agresor y echó a correr desesperadamente.

-¡Serás zorra! ¡¿No sabes quién coño soy puta de mierda?! -Escupió, rabiosamente, echando a correr tras ella hasta conseguir atraparla entre sus brazos, lamiéndole el cuello sarnosamente tan sólo por unos segundos.

-¿No te enseñaron a tener modales con una dama...? -Susurre en un tono quebrado ya que la sequedad de mi sangre me impedía hablar correctamente, imitando el gesto que este había tenido anteriormente con la inocente de la función, recorriendo toda la extensión de su cuello con un largo lametón, lleno de frenesí y, posteriormente, agarrándole por la chaqueta y, de un rudo tirón, apartándolo de la chica hasta lanzarlo contra uno de los tantos cubos de la basura que en el callejón se encontraba.

Cuando estaba dispuesto a escapar cual fue su sorpresa al percatarse de que mi presencia había desaparecido, sólo se encontraba frente a él la que sería su víctima, completamente aterrada, mirando hacia un punto cercano a él.

-Buh... -Susurré junto a su oído, sonriendo maliciosamente y, acto seguido, abalanzándome sobre su cuello salvajemente, hundiendo los incisivos sobre su piel hasta donde sus tendones y músculos me lo permitían. Sus alaridos de dolor no hacían más que motivar mis deseos de sangre hasta que, ya sin mayor espera alguna, friccioné mis mandíbulas alrededor de su sangre, provocando que un gran borbotón de sangre chocase contra mis labios y boca, aspirándola al acto ansiosamente, notando cómo la piel se me erizaba ante la gran sensación de placer y alivio que inundaba todos mis sentidos.

A medida que más profunda se hacía la herida en su inofensivo cuerpo, más se incrementaba el disfrute de ese elixir vital que aliviaba el escozor de mi garganta. Tan sólo durante un breve momento conseguí volver a sentirme vivo, vivo de verdad. Tan lleno de energía como el momento en el que la Venus dueña de lo oscuro y enigmático dejó su marca de poder sobre mi piel. Tan poderoso y a la vez tan frágil ante la vorágine exasperante que abarcaba cada poro de mi piel... que, sin darme cuenta, había perdido la noción del tiempo y cuando quise recuperar la cordura, me había percatado de que casi toda mi ropa, cara y brazos, estaban empapados en sangre y que lo poco que quedaba sobre mi cuerpo ya no era ni el equivalente a un cadáver humano, sino unos despojos ensangrentados de carne, huesos y sangre.

Poco a poco conseguí levantarme, aunque no sin perder el equilibrio en más de una ocasión. Me sentía completamente desahogado, libre de toda la carga que había acumulado durante la última semana, tan ligero o más que una pluma. Era la primera persona que asesinaba pero... sinceramente, en ningún momento hubo remordimientos de conciencia en mi mente, es más, sabía que no sería la primera y última vez que pasaría.

En cuanto a la aterrorizada mujer no puedo dar grandes detalles, lo único que recuerdo son imágenes de ella en estado de shock y, que de un momento a otro, ya había desaparecido.

Después de un largo periodo de tiempo conseguí que mis sentidos se asentasen en la tierra junto con mis pies, mucho más estables y agudizados que en los últimos días. Ahora todo era distinto, sentía cómo las energías ya no me dominaban, sino que se complementaban con mis pensamientos con una sincronía asombrosa.

No sabía lo que me depararía en las próximas horas y qué haría para deshacerme de lo que quedaba de mi presa y mis ropas. Afortunadamente antes de que tuviese en mente un plan convincente comenzó a llover a raudales, liberándome de las pruebas que certificaban que ya no pertenecía a este mundo como un ser vivo más, sino como una bestia, implacable y voraz, siempre sedienta, siempre con ansias de dolor.

Minutos después de que comenzara a llover el misterioso coche en el que había sufrido mi nuevo nacimiento apareció al pie del callejón, espectante a que reaccionara y me acercase a él. Así que, sin más dilación, me acerque a él cual liebre que se adentra en la boca del lobo.

Ya saben lo que se suele decir... "el pez grande siempre se come al pez pequeño", y yo, francamente, aún no he saciado mi apetito.

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