sábado, 11 de diciembre de 2010

Me vas a matar.


Oh... dulce delirio de sus labios, dulces palabras las que acarician los miserables pensamientos. Dulce tormento... dulce aquel que te arropa, que te acompaña, que te protege y te sufre, que te llora y te rie, que te excita, que te quiere. Dulces sus sentimientos, dulces sus palabras, dulce su promesa, dulce su mirada, dulce su calor...

Bendita la dulzura del pacto de su alma, que aún es pura y grandiosa en delicias, llena de vida y luz. Bien aventurados sean sus latidos... que jamás serán pecaminosos.


Como cada mañana Nueva York anochece, impasible y demoledora al paso del tiempo, con cada uno de sus habitantes cuales hormigas obreras luchando impasibles ante la liberación de sus obligaciones a contra-reloj. Ancianos, ejecutivos, secretarias, enfermeros, bomberos y actrices se concentran en una poderosa centralización alrededor de interminables gigantes de hierro que se revelan a la ley de la gravedad. Desde West 34th Street hasta Columbus Ave su tierra arde al paso decidido de los neoyorkinos se puede respirar el sueño que todos han construido con el paso de los años, aún en pleno movimiento, cambio.

-Lástima que no esté hecho para mí... -refunfuñé en mi fuero interno, inmersa como de costumbre en mis pensamientos, apoyada en la barra y con la mirada perdida.

-La próxima vez que te pille analizando el color de los azulejos descontaré 5 dólares de tu paga, y así una y otra y otra vez. -Dijo con sorna el capullo prehistórico, conocido vulgarmente como mi jefe.

-¿Qué quieres que haga? ¿Que vuelva a fregar los suelos para que puedas disfrutar de las vistas mientras lo hago? No me cabrees y, ten en cuenta que la mujer hoy día tiene una sutil dictadura en la justicia. Próxima vez que me insistas, denuncio. -Dije con una petulante sonrisa en los labios, ante lo que esto, completamente desganado y falto de energías, sólo supo bufar y negar con la cabeza, exasperado por mi carácter.

-Ya me lo suponía... y van a ser las ocho, me voy ya. -Carraspeé y me di la vuelta para quedar de cara a la cocina y quitarme la bata hasta que, al notar un leve cosquilleo en la nuca giré sobre mi misma, algo sobresaltada.

-Serás cabronazo, ¡HE DICHO QUE ACABÓ MI TURNO PEDAZO DE MA... -Y ahí, justamente, quise que la tierra, los astros, o la mafia rusa me metiesen bajo tierra.

Sentado en la barra, justo frente a mí se encontraba un hombre bastante formal, probablemente de unos treinta y pocos. Se presentaba vestido de tal forma que daba la sensación de que hubiera salido del mismísimo centro de Manhattan cual pez gordo con su imponente maletín, corbata y zapatos que no denotaban un aparente sueldo medio.

-Mi turno ha acabado y dudo que el gordo sea capaz de atenderte sin antes asfixiarse de cansancio, te aconsejo que te vayas ya.

-Disculpe mis malos modales pero... aún no me apetece irme.

-¿Me ves cara de que me importe lo que te apetezca o no? Salpica tu culo de ricachón lejos de aquí, estoy cansada y no me apetece cabrearme.

-Se te ve inteligente... curioso que no demuestres prudencia alguna.

-Se te ve gilipollas... curioso que lo seas aún más de lo que aparentas. -Musité, sonriendo con sorna, ante lo que este sólo supo dejar escapar una débil risita, levantarse y hacer el amago de desaparecer. Fue entonces cuando algo no me terminaba de encajar.

Su silueta cada vez se veía menos definida, tal y como si llevase encima una docena de mojitos. Sus pupilas de un momento a otro abarcaron toda la extensión de sus ojos, cara y cuerpo hasta cubrirle de una negra, aparentemente líquida pero no muy densa, muy parecida a la del petróleo. Acto seguido la forma que componía su ser se dilató considerablemente, creando multitud de líneas sinuosas y serpenteantes que, al cabo de unos segundos tan largos como años dieron resultado a lo que, poco a poco , parecía ser una persona mucho más menuda y pequeña, delicada, de avanzada edad y, indudablemente, de la que era mi... difunta abuela.

Recuerdo que centenares de recuerdos se acumularon en mi mente.
Millares de sentimientos reprimidos erizaron mi piel.
E infinidad de deseos quebrados... me pedían con ansia gritar palabras incomprensibles.

Pero ante todos estos impulsos lo único que pude hacer fue entreabrir la boca ligeramente y guardar silencio, esperando algo que aún no tenía muy claro lo que era.

-Pequeña... -Dijo con ternura, acercándose hasta la barra y pidiéndome que me acercase con los dedos índice y anular, a lo que yo únicamente pude asentir con cierta euforia.

-Yo... yo... -No pude articular algo con sentido ya que, ver cómo se le entornaban los ojos en blanco y cómo se le desencajaba la mandíbula me paralizo por completo. Fue entonces cuando en un rápido y ágil movimiento agarró mi cabeza y la golpeó cual indígena queriendo abrir un coco una, y otra, y otra vez contra el bordillo de la barra mientras una petrificante risa chocaba con un eco demoledor en todo el bar.

Mientras lo único que podía hacer era retorcerme y chillar de dolor. Intenté separarme en numerosas ocasiones de ella pero su fuerza era tal que si quiera podía mover la cabeza de un lado a otro. Poco después y ya considerablemente desangrada, en un arrollador impulso hundió lo que parecían unas uñas de porcelana en mi piel hasta tal punto que consiguió penetrar en ella considerablemente, hasta tal punto que me ardía todo el rostro.

Ya no sabía distinguir un dolor de otro; el pánico, la desesperación y el sufrimiento se habían convertido en una única masa dentro de mi fuero interno, que siendo imposible de explicar, fracturaba cada uno de mis tendones, músculos y huesos a conciencia. Hasta el fuego habría sido un cálido y protector abrazo en un momento como ese.

-¡Dios mío llévame contigo! ¡Por fav...! Pero qué te he hecho señor... -Grité como pude, aún resistiéndome.

-¿Qué le has hecho? ¡¿Qué le has hecho?! NACER PEDAZO PUTA DE MIERDA. TODO FUE POR TU CULPA, TODO... ¡FUE POR TU CULPA! -Chilló entre carcajadas cargadas de sorna y desprecio para, posteriormente y sin reparo alguno, escupirme sobre uno de los ojos, lo cual reaccionó en este como si se lo estuviese consumiendo algún tipo de ácido.

-Déjamemorirdéjamemorirdéjamemorir...

-Aún no irás al infierno pequeña... -Susurró mientras, seguidamente, empezó a presionar de modo decidido sus pulgares sobre mis parpados y, poco a poco, sobre los ojos, abarcando casi toda la extensión de la concavidad en la que se encontraba para, finalmente, hundirme en un foso de oscuridad y ponzoñoso sufrimiento que consumió mi cuerpo a pasos agigantados.

Sólo la llamada de mi nombre cual luminoso amanecer me hizo recuperar la conciencia y así devolverme al mundo real.

-Así que te llamas... Georgia... ¿Eh? -Dijo el extraño de la barra, el cual al parecer no se había movido del lugar y, por lo tanto, no había provocado todo lo que mi mente acababa de visionar.


-¿Cómo sabes mi nombre? -Murmuré con un tono teñido de terror.

-Lo pone en tu placa. -Comentó, señalando burlón al pin de mi camiseta.

-Ah... sí, es verdad, y ¿Tú te llamabas..?

-Romeo, ha sido un placer pero he de irme. Gracias por nada... creo. -Sonrió sólo como un hombre sabe hacerlo cuando quiere conseguir algo de una chica como yo, dejando una pequeña tarjeta con su nombre y número sobre la barra. -Esperaré tu llamada impaciente... Georgia.

-¿Para qué?

-Ya sabes lo que quiero hacer... -Susurró mientras abría la puerta del bar y, por fin, se alejaba para alivio de mi alma.

-Me vas a matar.









No hay comentarios:

Publicar un comentario